El PCB: Arrepentimiento de obispos mexicanos por introducir prácticas paganas en la misa

8 months ago
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Borrador de la carta siguiente fue elaborado por los obispos del PCB

Los obispos de México nos arrepentimos públicamente por haber aprobado —y algunos de nosotros incluso por haber introducido— el llamado rito maya de la misa con elementos idolátricos. El rito implica el absurdo establecimiento de dos funciones pseudolitúrgicas, la de «principal» y la de «incensor». El «principal» también puede ser mujer, a pesar de que a veces resulta más importante que el sacerdote. El «incensor» ejerce, además, la función de diácono y, en algunos momentos, incluso de sacerdote celebrante. El nuevo rito también incluye una danza ritual idólatra que rinde culto a la llamada «madre tierra», es decir, Gea o Pachamama.
Los obispos de México reconocemos arrepentidos que nos dejamos engañar por la palabra mágica «inculturación» promovida por el sincretismo de Nostra aetate del Vaticano II. Hicimos la vista gorda a la realidad de la crueldad pagana y el demonismo. Nuestros antepasados, los aztecas y los mayas, sufrieron bajo el pesado yugo de esta esclavitud. Anualmente se ofrecían hasta 20 000 sacrificios humanos a los demonios. Mientras aún vivían, un chamán les abrió el pecho con un cuchillo y sacrificó su corazón sangrante a Satanás. Los rituales de sangre a menudo iban acompañados de danzas rituales. Además del chamán, los roles del incensor y del principal aparentemente también eran relevantes en los rituales de sacrificio humano en la cultura maya.
Nuestros antepasados, hace 600 años, vivían con miedo y terror de que si no hacían sacrificios humanos diarios al pseudodios, Satanás, el sol no saldría. El miedo y la oscuridad de la superstición pagana aherrojaban a nuestros ancestros incluso después de la llegada de los misioneros cristianos. El espíritu del paganismo, encarnado en la llamada cultura maya, seguía dominando incluso a nuestros antepasados bautizados. La oscura servidumbre de los demonios, que causaba miedo y tristeza, persistía. El punto de inflexión llegó cuando la Santísima Virgen se apareció al humilde campesino Juan Diego en Guadalupe. En poco tiempo se produjo un profundo cambio interno en el pueblo indígena. La Madre de Jesús aplastó la cabeza de la serpiente infernal, que había sojuzgado a la gente a través del paganismo y la llamada tradición de danzas rituales en honor a los demonios. La Santísima Virgen quebró su poder oscuro. Nueve millones de mexicanos, que se convirtieron en Guadalupe inmediatamente después, fueron librados de esta fuerte atadura espiritual. Atrás quedó la profunda tristeza que anteriormente había cubierto todo México, manteniéndolo bajo la maldición del paganismo. Dios habló a nuestros antepasados en su idioma usando símbolos en la imagen milagrosa de la Santísima Virgen, que abrieron sus ojos y corazones al Salvador. Por primera vez estaban dispuestos a creer en las buenas noticias del Evangelio sobre nuestra salvación temporal y eterna. Tan grande fue el gozo del pueblo que la fe se iba propagando como un incendio.
¡La cultura maya (y azteca), por otro lado, quemaba incienso para adorar a los demonios en lugar del Dios verdadero! La Sagrada Escritura advierte claramente: «Lo que los paganos sacrifican, lo sacrifican a los demonios y no a Dios». El Apóstol advierte además: «No quiero que seáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor y la copa de los demonios» (1 Co 10, 20-21). La promoción de la llamada cultura maya refleja una ignorancia básica de las Escrituras y la tradición. Los profetas siempre advertían al pueblo, y Dios lo castigaba con enfermedades, guerras y el exilio babilónico por su pernicioso sincretismo con el paganismo. Estos castigos son un precedente de advertencia para nosotros también. Son la consecuencia de los pecados contra el primer mandamiento. Según la tradición de la Iglesia, los primeros cristianos preferían morir como mártires a echar un solo grano de incienso ante las deidades paganas. El rito maya propuesto está previsto que represente un avance hacia la supresión del Santísimo Sacrificio. El relativismo y el sincretismo religiosos contemporáneos se están plasmando ahora en pasos prácticos hacia la autodestrucción de la esencia del cristianismo.
En la actualidad, es Bergoglio quien comete idolatría pública. En la asamblea sinodal mundial de octubre en el Vaticano va a producirse un golpe secreto en la Iglesia. El Sínodo también planea discutir y votar la introducción de la pseudomisa maya como precedente para toda la Iglesia. Debe saberse que todos los participantes en este conciliábulo incurren en la excomunión latae sententiae, es decir, en la expulsión de la Iglesia. Esto se refiere a todos los obispos, sacerdotes, cardenales y laicos presentes.
La legalización fraudulenta de la idolatría ya comenzó con el Sínodo para la Amazonía. El cardenal Brandmüller se pronunció acerca de los documentos pertinentes que no se trataba solo de apostasía, sino de estupidez. La entronización del demonio Pachamama en el Vaticano es una apostasía pública de Cristo. En 2022, el papa ilegítimo se entregó públicamente a Satanás en Canadá mientras un hechicero soplaba un silbato de hueso de pavo salvaje. Esta es satanización oficial de la Iglesia. Adopta una forma más encubierta en la promoción de la llamada ecología, vinculada al culto a la madre tierra (Gea). Su manifestación externa es la propaganda sodomita como parte del llamado camino sinodal LGTBQ.
Por lo tanto, los obispos mexicanos, nos distanciamos ahora definitivamente del paso apóstata de introducir el llamado rito maya. Nos da miedo pensar que finalmente acabe por llevar a la supresión del misterio de la fe, es decir, de la santa misa. ¡De ninguna manera la adopción de prácticas paganas puede aportar una experiencia más profunda de este misterio! Detrás de esas prácticas está el espíritu oscuro del paganismo, el espíritu de la apostasía.
Como parte de la penitencia, los obispos os presentamos una verdadera profundización del misterio de nuestra salvación, que se hace presente mediante la consagración en la misa. Ante todo, dejad de mencionar en la misa el nombre del ilegítimo papa Francisco, quien ha hecho caer sobre sí el anatema según Ga 1, 8-9 por un antievangelio idólatra. De esta manera seréis liberados de la maldición que todo católico atrae sobre sí mismo si se somete interiormente a él, renunciando así a Cristo y a su Evangelio.
En cuanto a la experiencia interior más profunda del misterio de la misa, haced dos pausas del silencio. La primera antes de la consagración y la segunda después de ella. Antes de la consagración, que cada celebrante se arrodille y realice su unción sacerdotal, a través de la cual actúa el Espíritu Santo durante la consagración. De nuevo, brevemente con fe, que pida la renovación de su unción sacerdotal. Al mismo tiempo, que se dé cuenta con una fe viva de que ahora, por medio de él, el Espíritu Santo hará presente el misterio del sacrificio de Cristo en el Calvario. Durante el segundo momento de silencio después de la consagración, el sacerdote se arrodilla nuevamente y permanece en breve adoración con el pueblo. Se da cuenta de que Jesús está aquí ahora. Es un momento de gracia. En espíritu, está junto a la cruz de Cristo y se da cuenta: Jesús me ve, Jesús me habla ahora y me encomienda Su testamento antes de la muerte, diciendo: «He ahí tu madre». Con la misma fe y devoción que el apóstol Juan, recibo ahora a la Madre de Jesús en lo más íntimo de mi ser, en griego eis ta idia (Jn 19, 26-27).
Luego, los sacerdotes y los fieles reflexionan sobre la realidad de la muerte de Cristo, en la que hay victoria sobre el pecado y la muerte. Fuimos sumergidos en la muerte de Cristo por el bautismo (Rm 6, 3).
El silencio antes de la consagración dura alrededor de 3 a 5 minutos, al igual que el silencio después de la consagración. En este momento, o hay silencio o el coro canta una antífona; una al Espíritu Santo antes de la consagración y otra después repitiendo el nombre de Jesús, Yehoshua en hebreo.
En lugar de las palabras antes de la sagrada comunión: «Daos fraternalmente la paz», el sacerdote dice: «¡Cristo ha resucitado!». Los fieles comienzan a cantar una antífona alegre o una canción que celebra la resurrección de Cristo. Todos deben darse cuenta de su participación en la nueva vida de Cristo. La esencia de la liturgia es hacer presente la muerte y resurrección de Cristo. Litúrgicamente, la resurrección se expresa en dejar caer una partícula del cuerpo de Cristo en el cáliz de Su sangre.
Sigue la sagrada comunión, donde el sacerdote y los fieles se unen con Jesús no solo espiritualmente, sino también físicamente. El requisito para poder comulgar es no encontrarse en estado de pecado grave. Después de la sagrada comunión, no hay absolutamente ningún espacio para la danza pagana, la llamada danza ritual. El Espíritu de Cristo en la misa no tiene nada que ver con el espíritu del paganismo. ¡No se pueden usar elementos paganos para «animar» el sacrificio de la cruz de Cristo!
La Iglesia en la situación extraordinaria actual se encuentra en estado de sede vacante. Hasta la llegada de un papa legítimo, el colegio de obispos católicos ortodoxos asume la responsabilidad de la doctrina y la moral ortodoxas. Este colegio es responsable ante el Dios mismo de la pureza de la doctrina que asegura la salvación eterna a todos vosotros. Sin embargo, todos deben luchar por la salvación a través de una vida de arrepentimiento y oración. Sin arrepentimiento y oración nadie será salvo. Por eso llamamos a la renovación espiritual sobre todo de los sacerdotes y religiosos. Consiste en que todos deben entrar en el camino de la salvación, que es Jesús. Por lo tanto, deben rechazar categóricamente el falso camino de la sinodalidad de Bergoglio que implica la promoción de la idolatría y la sodomía. Su camino falso lleva a la condenación eterna. Es necesario que todo creyente católico se dé cuenta de esto. Sólo hay un camino a la salvación, y ese es Cristo. El camino del paganismo está relacionado con la adoración y sumisión a los demonios. Este camino conduce a la perdición.
Como parte del arrepentimiento y el renacimiento espiritual de nuestra nación, hacemos un llamamiento a los sacerdotes a esforzarse durante un período de un año para poner en práctica los principios básicos sobre los cuales se edificó la Iglesia primitiva. Allí también estaban la Virgen María y los apóstoles. Según Hechos 2, 42, se trata de cuatro pilares espirituales: 1) oración, 2) enseñanza apostólica, no herejías o caminos falsos, 3) comunión, koinonía, 4) Eucaristía, santa misa, no sincretismo con demonios paganos.
¿Cómo implementar estos principios? Que los sacerdotes dediquen el día siguiente del domingo a la oración común —por lo menos cuatro horas— y luego a la comunión fraterna. Que se reúnan en grupos, preferiblemente de 4 a 7 sacerdotes en una casa parroquial. El momento estratégico es que se reúnan ya el domingo por la noche. Necesitan sobre todo compartir entre ellos y también salir de una especie de sentimiento de soledad o vacío exterior, que suele embargarlos al final del domingo. Tras el almuerzo conjunto el martes, finalizará este encuentro fraterno y de oración. Es durante esta reunión que Dios da el conocimiento de la profundidad de Su Palabra, que todo predicador necesita. El agua viva que fluye de estas reuniones sacerdotales periódicas provocará un renacimiento espiritual. Nuestra Señora de Guadalupe intercede para que se levanten los nuevos guerreros de Cristo, los cristeros, al igual que en la generación de católicos mexicanos de hace cien años. Estos guerreros permanecerán fieles a Cristo como martirés (gr.) aun a costa del martirio.

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