Los fundamentos de la oración interior /1.ª parte/

1 month ago
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En la oración interior es necesario darse cuenta de las verdades esenciales que conciernen a cada persona individualmente, a saber, la muerte, el juicio de Dios y la eternidad. La contemplación cristiana se ha centrado tradicionalmente en dos ámbitos. El primer ámbito son las postrimerías del hombre, y el segundo es el sufrimiento de Cristo y Su muerte. Volvemos a estas fuentes espirituales incluso ahora.
Principios de la oración interior
La posición de oración es importante: arrodillarse o ponerse de pie con los brazos en alto.
Al principio y durante un tiempo determinado, la expresión en voz alta nos ayuda a enfocar nuestra atención. Las Escrituras dicen: «El Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles» (Rm 8, 26). La oración en lenguas suele simplificarse aquí a palabras de dos sílabas. Muchos tienen experiencia con las palabras «mana» o «bara». También se pueden utilizar otras palabras de dos sílabas, pero hay que tener cuidado de que algunas de ellas no se refieran a un mantra pagano, es decir, al nombre de un demonio. La palabra «mana» se menciona en Ex 16, 31 y «bara» significa «crear» (Gn 1, 1). Jesús se refiere a sí mismo como «el pan espiritual», el maná de Dios. Pero aquí no se trata del significado de las palabras; en esencia no es más que una simple manifestación sonora portador que nos dispone a la oración interior. El Salmo 27 y otros mencionan este clamor de nuestro espíritu: «Oye, Señor, mi voz y respóndeme».
En cuanto a las órdenes contemplativas, es útil entregarse a esta oración interior de tres a cinco horas al día. Es posible saltársela un día a la semana.
Si oran mujeres fervientes, jubiladas o terciarias, siguen un horario de oración establecido con arreglo a sus capacidades y posibilidades.
En cuanto a las comunidades sacerdotales que dedican el lunes y parte del martes a la oración y a la Palabra de Dios, conviene orar de esta manera al menos tres horas ese día. La cuarta hora puede dedicarse al rezo del breviario (liturgia de las horas) o del rosario.
Las palabras motivadoras introductorias a la oración sirven para principiantes; más tarde bastará con introducir la parte siguiente solo brevemente.
Al orar es recomendable tener a mano un reloj, una libreta y una Biblia.
La primera parte de la oración interior es una meditación sobre los novísimos del hombre. En la segunda parte, nos centramos en la cruz de Cristo y Su muerte redentora. La primera contemplación dura 20 minutos. Comenzamos con la palabra motivadora.
Palabras motivadoras para la primera parte:
La Palabra de Dios dice: «Os habéis acercado... a la ciudad del Dios vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, a la asamblea general e iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de todos…» (Hb 12, 22 s).
Toma conciencia de la realidad de la muerte que te espera. Jesús dice: «Estad preparados, porque no sabéis ni el día ni la hora».
La segunda verdad: el juicio de Dios. Jesús dice: «No hay nada oculto que no haya de ser manifiesto. Darás cuenta de cada palabra ociosa».
La tercera verdad: cielo eterno, infierno eterno. Ambos son eternos. Decidimos en el tiempo cómo será nuestra eternidad.
La cuarta verdad: la misericordia de Dios dura solo durante la vida terrenal y requiere arrepentimiento: «Si caminamos en la luz, la sangre de Cristo nos limpia de todo pecado».
Ahora pon tus pecados al pie de la cruz de Cristo y pide perdón. Mira con fe las heridas de Cristo, a Sus ojos, y recibe el perdón.
Luego sigue la oración propia en la que reflexionas sobre estas cuatro verdades.
En la siguiente parte de la oración ―a diferencia de la primera parte, que era más bien una contemplación libre― nos centramos intensamente en la palabra de Dios. Su comienzo puede compararse con el lanzamiento de un cohete de tres etapas. Necesita de una enorme cantidad de energía para despegar y vencer la fuerza de la gravedad. Sin una abnegación interior y exterior, no podemos liberarnos de la gravedad de nuestro egocentrismo y vanidad. Llegar a la presencia de Dios y luego permanecer en Su palabra requiere reunir todas nuestras fuerzas desde el principio.
Palabras motivadoras para la siguiente parte (Rm 6, 6)
«Sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado con él (con Cristo) para que el cuerpo del pecado quedara sin fuerza…». La letra de las Escrituras debe recibirse en el Espíritu de verdad y aplicarse en el mismo Espíritu. La palabra «concrucificado» (en griego synestaurothé) en tiempo aoristo, significa que un acontecimiento sucedido en el pasado tiene continuación en el presente. Así podemos decir: «fue y está crucificado». Pero por nuestra parte, el verbo «está», que expresa una realidad presente, requiere una fe que nos una en el presente a Jesús y a lo que Él ha hecho por nosotros. Esta es una cooperación de fe de nuestra parte. Recibimos por fe y luego permanecemos en esta realidad y contamos con ella en nuestras vidas. Esta es la fe bíblica y salvadora. Ahora procura intensamente permanecer en la realidad de esta palabra y, por tanto, en la presencia de Dios durante un cuarto de hora. Céntrate en el así llamado momento presente, que es un elemento de unión espiritual en la oración interior; es una especie de detención del tiempo. Imagínate aferrado a la cruz o incluso colgado con las manos clavadas a los pies de Jesús. Todo el globo terráqueo, impregnado de la metástasis espiritual del mal, del pecado original, está colgado en tus pies. Esta metástasis está presente en cada alma humana. Pero ahora todo este sistema de maldad está conectado a través de ti a la cruz de Cristo; este viejo hombre está ahora paralizado, crucificado, es decir, «el cuerpo del pecado ha quedado sin fuerza» (Rm 6, 6b). Todas las almas humanas están impregnadas por el mismo viejo hombre, que es el cuerpo del pecado. Colgado sobre el globo terráqueo, ves un oscuro abismo debajo. Ahora sostienes al viejo hombre clavado en la cruz por la fe. Está en ti y está en todas las personas. La Sagrada Escritura indica: «nuestro viejo hombre»; «sabemos que nuestro viejo hombre» ―no solo mi viejo hombre, sino nuestro viejo hombre― «fue crucificado con Cristo». Enfocándote en las palabras «con Él» de vez en cuando mira el rostro de Jesús, consciente de que ahora estás en unión espiritual con Él, que ahora estás junto con Él. Aférrate a esto por fe y no lo sueltes. No dejes que te distraiga ningún pensamiento ni que sueñes despierto; simplemente permanece en la palabra de Dios.
Sientes una cierta presión del mal proveniente del viejo hombre que te tira hacia abajo. En ese momento puedes repetir en tus pensamientos: «¡No me soltaré!», y luego nuevamente: «junto con Él» (concrucificado). De este modo, no solo mi viejo hombre, sino nuestro viejo hombre queda paralizado en este momento ―tanto en mí como en (todos) vosotros ―. Esta es tu misión. Puedes pensar en los diferentes continentes: ahora el viejo hombre está paralizado, ahora, en este momento, el sistema del mal no puede funcionar.
Este cuarto de hora es una lucha espiritual por la vigilancia en unión con Jesús. No permitas ningún pensamiento distractor; simplemente mantén tu mente enfocada en la palabra «juntos, juntos» (con Él). La infección espiritual, o el viejo hombre, es una; es una infección del diablo. Hoy en día puede compararse a una vacuna espiritual génica dañina. Este envenenamiento espiritual está dentro de nosotros, aunque no nos demos cuenta de ello. Pero vemos sus frutos negativos: todo el mal y, en última instancia, la muerte física. Sin embargo, en el mismo momento en que te unes espiritualmente por la fe a la cruz de Cristo, paralizas este poder del mal. Jesús ya ha paralizado al viejo hombre en el Calvario. Nuestro viejo hombre fue crucificado con Cristo, como atestiguan las Escrituras. Así que Jesús no fue crucificado solo. Físicamente lo fue, es cierto, pero espiritualmente fue crucificado con el viejo hombre. En este momento estás unido a Jesús y eres al mismo tiempo representante de los pecadores. También actúas en su nombre, les guste o no, lo sepan o no. Debido a que el viejo hombre también está dentro de ti, ahora tienes derecho a mantenerlo clavado en la cruz. Cuando lo sostienes clavado en la cruz, no está separado de los demás, sino unido con ellos; forman un todo, es todo un mecanismo, toda una red. A través de la fe en la palabra de Dios, sabes también que nuestro, nuestro viejo hombre, ahora está crucificado con Cristo a través de ti. ¡Fue y está! Esta es una fe que trasciende del tiempo a la eternidad.
Fue un cuarto de hora intenso de concrucifixión con Cristo. Sabemos que este misterio de fe actúa en el ámbito espiritual. Cuando estás unido con Jesús crucificado, Él paraliza todo el organismo oscuro del viejo hombre en todas las almas. En ese mismo momento, la gracia de Dios obra en estas almas. Muchos reciben la luz para convertirse, otros tentados a cometer el mal quedan paralizados, los moribundos reciben la gracia de la salvación.
Procedamos ahora a la verdad expresada en los siguientes versículos de la Biblia: «Cuando Jesús vio a su madre, y junto a ella al discípulo, dijo a su madre: “¡Mujer, he ahí tu hijo!”. Después dijo al discípulo: “¡He ahí tu madre!” Y desde aquella hora el discípulo la recibió en sí mismo (en griego: eis ta idia)».
Permanecemos en esta verdad por otros 15 minutos, experimentando el trasplante espiritual de un corazón nuevo.
Intenta percibir y vivir las siguientes palabras: Jesús vio al discípulo; ahora me ve a mí como su discípulo. Jesús le habla al discípulo; ahora me habla a mí. Puedes mirarle a los ojos en espíritu, y ahora cumples Su legado con la misma fe y entrega que el discípulo Juan al pie de la cruz. «El discípulo la recibió en sí mismo», en griego «eis ta idia», en latín «in sua», es decir, en lo más profundo de su ser. ¿Cómo recibió a la Madre de Jesús en sí mismo? Por la fe.
La Madre de Dios dijo en Fátima: «Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará».
Estos 15 minutos no requieren tanta concentración; el acto de recibir a la Madre de Jesús en nosotros y las palabras relacionadas con él se pueden experimentar más libremente.
Cuando recibimos espiritualmente a la Madre de Jesús en nuestro corazón, nos damos cuenta de que ella es la nueva Jerusalén, o el tabernáculo viviente de Dios, donde Dios se encuentra con los hombres (cf. Ap 21, 2-3). La nueva Jerusalén está simbolizada por el cuadrado (Ap 21, 16).
Preguntamos: ¿Cómo es nuestra primera madre Eva y su código genético espiritual del mal presente en nosotros los humanos? No se puede ver, pero saboreamos a diario los frutos de este mal heredado. A través del pecado, Eva, la madre de la raza humana, recibió la infección del diablo, el veneno de la serpiente infernal, es decir, el orgullo y la emancipación de Dios, o el egocentrismo. La Madre de Jesús es la mujer nueva que, en cambio, aplasta la cabeza del diablo (Gn 3, 15). Ella es la nueva Madre, la Madre del primogénito, es decir, Jesús, y de los segundogénitos, que han recibido a Jesús. María, la Madre de Jesús y Madre nuestra, está llena de gracia: kecharitoméne (Lc 1, 28). Sabemos que la esencia del pecado original consiste en la privación de la gracia, y fue por medio de la primera mujer Eva que hemos sido privados de ella. El hecho de que María esté llena de gracia significa, en consecuencia, que es toda inmaculada, sin la mancha del pecado que nos transmitió la primera madre, Eva.
Finalmente puedes darte cuenta: he recibido a la Madre de Jesús. Tengo un corazón nuevo.
Podemos dedicar los últimos cinco minutos de esta hora a compartir testimonio.
Estas dos verdades: la concrucifixión (15 minutos) y la recepción de la Madre de Jesús (15 minutos) nos predisponen a recibir las otras cuatro verdades que están vinculadas a las últimas cuatro palabras desde la cruz. Hablaremos de ellas en la segunda parte, en la introducción al misterio de la muerte de Cristo. La Sagrada Escritura dice: «¿No sabéis que por el bautismo hemos sido sumergidos en la muerte de Cristo?» (cf. Rm 6, 3 s.)

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