Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios P Luis Toro

1 year ago
151

«EN EL PRINCIPIO existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios» (Jn 1,1).

«Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

Toda la grandeza de Dios se ha concentrado en un niño recién nacido. Dios nos ha hablado, nos ha mandado su Palabra, se ha dirigido a cada uno.

Pero su gloria no nos deslumbra; es sencilla, humilde, discreta.

Quien no quiera escucharla no necesita taparse los oídos porque el Niño apenas emite algún sonido.

Nace en un establo escondido para que nadie se sienta obligado a acompañarlo.

Lo hallarán solo quienes desean libremente acogerlo.

Nosotros podemos pedir a la Virgen María, a san José y a nuestro ángel de la guarda que aumente nuestro deseo de tratar a este Niño, de dejarnos querer por él y de escuchar su frágil voz.

Queremos llenarnos de la gracia y la verdad que contiene esta Palabra. Se nos ha dirigido un mensaje que deseamos custodiar:

Dios nos ama, nos salva y quiere contar con nosotros para que su amor llegue hasta el último rincón de la tierra. «Emprendamos la marcha, vayamos a Belén, hacia ese Dios que ha venido a nuestro encuentro.

Sí, Dios se ha encaminado hacia nosotros. No podríamos llegar hasta Él sólo por nuestra cuenta.

La senda supera nuestras fuerzas. Pero Dios se ha abajado. Viene a nuestro encuentro. Él ha hecho el tramo más largo del recorrido. Y ahora nos pide: Venid a ver cuánto os amo. Venid a
ver que yo estoy aquí»

«LA GRACIA y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo – continúa diciendo el evangelio de san Juan–. A Dios nadie lo ha visto jamás:

Dios unigénito, que está en el seno del Padre es quien lo ha dado a conocer» (Jn 1,17).

En Cristo podemos conocer la verdad y la bondad de Dios.

Y para acercarnos a Jesucristo, para contemplar su Humanidad santísima, tratarlo como a un amigo y seguir sus huellas, necesitamos leer y meditar el evangelio.

San Josemaría tuvo una experiencia sorprendente por las calles de Madrid; escribe, un día de 1931:

«Ayer por la mañana, en la calle de Santa Engracia, cuando iba yo a casa de Romeo, leyendo el cap. segundo de San Lucas, que era el que me correspondía leer, encontré a un grupo de obreros.

Aunque yo iba bastante metido en mi lectura, oí que se decían en voz alta algo, sin duda
preguntando qué leería el cura.

Y uno de aquellos hombres contestó también en voz alta: “la vida de Jesucristo”.

Como mis evangelios están en un libro pequeño, que llevo siempre en el bolsillo, y las cubiertas
forradas con tela, no pudo aquel obrero acertar en su respuesta, más que por casualidad, por providencia.

Y pensé y pienso que ojalá fuera tal mi compostura y mi conversación que todos pudieran decir al verme o al oírme hablar: éste lee la vida de Jesucristo»

Leer la vida de Jesucristo nos ayuda a entrar en sintonía con el querer de Dios.

Es una Palabra que no deja indiferente; tiene un poder transformador infinito porque está viva.

Si la recibimos, nos cambia. Si la acogemos, nos vivifica.

San Josemaría aconsejaba leer el evangelio con una actitud activa, para facilitar que la Palabra de Dios vaya configurando cada vez más nuestra realidad cotidiana: «Al abrir el Santo Evangelio, piensa que lo que allí se narra –obras y dichos de Cristo– no sólo has de saberlo, sino que has de vivirlo.

Todo, cada punto relatado, se ha recogido, detalle a detalle, para que lo encarnes en las circunstancias concretas de tu existencia. –El Señor nos ha llamado a los católicos para que le sigamos de cerca y, en ese Texto Santo, encuentras la Vida de Jesús; pero, además, debes encontrar tu propia vida»

«EL VERBO era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre» (Jn 1,9).

Impulsados por estas palabras de san Juan, hoy pedimos al Señor que el brillo de la verdad guíe nuestras vidas; que nos haga cada vez más capaces de reconocer, como dirigidas a cada uno, las palabras, gestos y acciones del Maestro; que aprendamos a meternos en las escenas de los evangelios para pasar el día con Jesús en su recorrido por Galilea y Judea.

Queremos, así, ser testigos de sus milagros y curaciones; queremos escucharle hablar del amor
incondicional e infinito de su Padre por nosotros.

Para entrar en la vida del Señor necesitamos dedicar un momento de nuestro día a leer el evangelio.

Precisamente el Domingo de la Palabra de Dios ha sido instituido para que los cristianos recordemos, una vez más, el gran valor que ésta Palabra ocupa en nuestra existencia cotidiana.

«Hagamos espacio dentro de nosotros a la Palabra de Dios.

Leamos algún versículo de la Biblia cada día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa, en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo o en el bolso, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos inspire diariamente.

Descubriremos que Dios está cerca de nosotros, que ilumina nuestra oscuridad y que nos guía con amor a lo largo de nuestra vida»

Loading comments...